Cardenal Farrell: “La Iglesia confía en las hermandades y espera mucho de ellas”

5 Dic, 2024

Las hermandades: casa u escuela de vida cristiana, comunión y sinodalidad’. Este ha sido el tema de la ponencia con la que el cardenal Kevin J. Farrell, ha abierto la segunda sesión del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular en el trascoro de la Catedral. El prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida ha sido presentado por Reyes Muñiz.

El cardenal Farrell ha comenzado recordando que las hermandades están compuestas por laicos, aspecto que marca el tratamiento que se hace desde la Iglesia a este fenómeno tan relevante. La casa, término empleado en el título de la ponencia, es “la concreción de un lugar, y en la riqueza de las relaciones que en ella se establecen es donde uno se siente reconocido, se siente acogido donde uno siempre regresa de buen grado. A partir de ahí ha trasladado esta figura a la realidad de las hermandades y lo que se espera de ellas. La hermandad, por tanto, está llamada ser “el lugar vital, hecho de espacios concretos y sobre todo de relaciones donde uno puede sentirse en casa, acogido y aceptado. Debe ser un lugar donde uno se sienta en familia, y redescubrir el reencuentro con su pasado”.

“Que el individualismo de la sociedad contemporánea no infecte estas asociaciones”

¿Qué impide que la hermandad sea percibida como una casa por todos sus miembros? En su opinión, hay que evitar la frialdad de las relaciones, “y esto sucede cuando entra en juego el anonimato, o cuando las relaciones se vuelven burocráticas y carentes de sinceridad”. Por ello, ha destacado la necesidad de que cada hermandad conserve una dimensión familiar, “para que siga siendo una casa”. En esta línea, ha afirmado que “es responsabilidad de todos, dentro de una hermandad, perseverar en una firme fraternidad para que el individualismo de la sociedad contemporánea no infecte estas asociaciones”.

A continuación, ha planteado el papel de las hermandades como escuela –“la escuela representa el lugar donde el individuo esta llamado a salir de sí mismo”-, y ha señalado que están llamadas a ser “un lugar de intercambio de opiniones, de formación, de superación de fronteras para aprender a pensar de un modo nuevo”. En las hermandades, teniendo en cuenta esta dimensión, se debe enseñar a “no permanecer inmóviles en el pasado”, y a estimular la apertura al futuro. ha afirmado que sería útil preguntarnos cómo ponemos en contacto nuestras tradiciones con la vida actual de las personas, cómo hacer para que los ritos, los actos públicos de culto, las iniciativas de oración y de ayuda mutua puedan hablar también a los hombres y mujeres hoy, “a menudo alejados de toda sensibilidad religiosa”.

Seguidamente ha señalado que las hermandades deben estar animadas por un espíritu misionero abierto a todos, y se ha detenido en una reflexión sobre “la atracción de la belleza, que puede llevar a muchos a la fe”. Se ha referido, sobre todo, a lo que ha definido como “la belleza de la comunión y la unidad entre los cristianos”. “Es la belleza de la caridad que llega al corazón”, ha añadido.

La hermandad como lugar de formación cristiana para sus miembros

El ponente ha admitido que, en el contexto cultural actual, muchas personas en algunos países ya no reciben ninguna formación cristiana y religiosa en general, ni en la familia ni en la parroquia, ni en otras estructuras eclesiales a las que ya no acuden, y menos aún en la escuela. Esto comporta, a su juicio, una nueva tarea y responsabilidad para las hermandades: “convertirse en lugares de formación cristiana para sus miembros”.

Ha planteado que la hermandad sea “lugar del primer encuentro con el Señor”, y ha aconsejado que se piense “cómo acompañar a las personas en un camino gradual de iniciación a la vida cristiana”. Eso pasa por ofrecer caminos de evangelización, de catequesis, de primer anuncio. Y, aludiendo al magisterio reciente del papa Francisco, el cardenal Farrell ha subrayado que el modelo no puede ser otro que “la formación en la fe que Jesús hizo con sus discípulos”. En esta tarea no ha olvidado la necesidad de “identificar a las personas adecuadas y competentes, formar equipos y planificar momentos concretos para que esta formación en la vida cristiana se lleve a cabo eficazmente en las hermandades”.

“El perdón nunca debe faltar en las hermandades”

El siguiente punto que ha abordado ha sido la hermandad como casa de comunión, porque “hay que asegurarse siempre de que Dios actúa en las personas y Él mismo haga de los distintos individuos un solo cuerpo animado por la misma fe y caridad”. Ha destacado que la comunión con los cofrades debe vivirse, alimentarse y perseverarse continuamente, y ha llamado la atención en un detalle importante: “El perdón nunca debe faltar en las hermandades”. Así, “no es aceptable que en una hermandad se guarden rencores, se hable mal de los demás, se rompan relaciones y no se vuelvan a dirigir la palabra, se alimenten guerras… Todo esto no es cristiano, es abiertamente contrario a lo que Jesús nos enseñó y requiere una conversión sincera”.

Ha animado a alimentar continuamente la comunión con la Iglesia, en la medida que “contribuye a revitalizar la fe personal de los miembros de las hermandades y la visión que tienen de la misión de la Iglesia”. En este punto ha aclarado un posible malentendido: “Desde el Concilio Vaticano II, luego con el Sínodo de 1987 sobre la vocación y la misión de los laicos, y aun más en los últimos años con la enseñanza del papa Francisco y el Sínodo sobre la Sinodalidad, “se ha producido un acertado impulso para valorar el papel de los laicos, su carisma bautismal y secular, su papel como fermento en el mundo, pero también lo que pueden aportar en el apostolado y en el gobierno de la estructura eclesiástica. Todo esto es positivo, pero el malentendido es interpretar esta promoción de los laicos en el sentido de su total independencia de la Iglesia institucional, de los pastores”. “Lo correcto -ha añadido- es que los laicos enriquezcan a la Iglesia con sus dones, que no se formen entidades separadas. Y esto también se aplica a las hermandades”.

“Dar voz a todo el mundo”

En cuanto al papel de la hermandad como casa de sinodalidad, el cardenal Farrell ha invitado a  la escucha –“se deben crear los oportunos espacios y tiempos adecuados para dar voz a todo el mundo”-, y ha precisado que “no se trata de un debate, sino de un momento de oración, porque se escucha lo que la experiencia de la fe suscita en cada uno”. Ha apuntado también que “no basta con una reunión ocasional o esporádica, una vez al año, sino que deben promoverse reuniones más frecuentes para recoger la voz del pueblo y hacerla llegar a los responsables de las hermandades y a los pastores”. Otro aspecto de esta perspectiva es la necesidad de convocar, “y aquí entra en juego el papel de los pastores”, y de discernir.

El ponente ha precisado que no se trata de una reunión de tipo empresarial basada en costes y beneficios: “Es bueno tener en cuenta que estos instrumentos de administración, rendición de cuentas, gestión, etc, solo serían indicativos de una actividad empresarial si no estuvieran orientados y motivados por algo más, si no fueran la expresión de un camino de fe”.

Otras actitudes necesarias en este proceso son la decisión, la escucha y el discernimiento (“que no se prolongan indefinidamente, y se traducen en acciones concretas, en iniciativas apostólicas, en misión”) y la evaluación. “A la Iglesia debe rendirse cuenta, esto contribuye a que todo sea transparente, claro y compartido”, ha precisado.

“Favorecer los momentos de escucha”

Ha sostenido la validez de la idea de fondo aplicada a las hermandades: “deben favorecer los momentos de escucha, poner en marcha mecanismos de toma de decisiones en común, repartir las tareas, etc. Todo esto ayuda a evitar el personalismo y la verticalidad, que se producen cuando solo unas cuantas personas ostentan el monopolio de los cargos, actividades y finanzas”. Es algo que también ayuda a “evitar el estancamiento”. “El estilo sinodal favorece la aceptación de novedades, de las bases, de los jóvenes, de los nuevos miembros”, ha añadido, y no es un fin en sí mismo, sino que está en función de la misión.

En la parte final de su ponencia ha subrayado que las hermandades tienen un gran potencial misionero, “por eso la Iglesia confía en ellas y espera mucho de ellas”. Finalmente ha recordado que “nunca se debe olvidar que las hermandades vienen del siglo XV, no son novicios en el camino de la Iglesia, han durado siglos, han pasado por guerras civiles, han mantenido la fe en tiempos de persecuciones”.

Antes de agradecer a los cofrades “el trabajo que ustedes hacen todos los días”, el cardenal Farrell ha reiterado que estad corporaciones “tienen historia, cosa que muchas veces no se puede decir de todas las comunidades eclesiales, tienen la historia, tienen la tradición, han sobrevivido”.

Puede ver la ponencia en el siguiente enlace.

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