La sexta ponencia del amplio programa del II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular ha corrido a cargo del sacerdote Francisco Martínez, deán de la Catedral de Jaén bajo el título “Memoria fraternitatis. Culto, caridad y evangelización como expresión de fe y devoción en la historia de la Iglesia”.
Francisco Juan Martínez Rojas (Vilches, 1961). Delegado episcopal de Patrimonio Cultural, Archivos y Bibliotecas de la Diócesis de Jaén y deán del Cabildo Catedral, es doctor en Historia de la Iglesia por la Pontificia Universidad Gregoriana; Diplomado en Archivística por la Escuela Vaticana de Diplomática y Archivística; Diplomado en Arqueología Cristiana por el Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana de Roma, ocupa desde junio de 2002 el cargo de Canónigo Archivero Diocesano.
Entre su rica producción bibliográfica destacan: Incunables e impresos latinos en las Bibliotecas de Jaén (Jaén, 1994), Los primeros proyectos de fundación del Seminario Conciliar. Episodios de la vida religiosa en Jaén postridentino (Jaén, 1997), Historia de la Diócesis de Jaén (vol. 8 de la “Historia de las Diócesis Españolas”, Madrid, 2003); El resurgir de la Academia Bibliográfica Mariana Virgen de la Capilla: más de tres décadas de investigación mariana en la provincia de Jaén (Jaén, 2019);
Synodicon Baeticum IV: Constituciones conciliares y sinodales de la Abadía de Alcalá la Real y de las diócesis de Jaén y Málaga (Sevilla, 2021). Asimismo, publica en numerosas publicaciones periódicas como Memoria Ecclesia, Anuario de Historia de la Iglesia Andaluza, Giennium o Studia Philologica Valentina.
Fraternitas surgens
Martínez ha estructurado en tres puntos su intervención: Origen y primer desarrollo de las cofradías, tiempos de esplendor y crecimiento y la sombra de la sospecha sobre las cofradías.
Ha destacado tres líneas de fuerza que convergen en el nacimiento y desarrollo de las cofradías, “vínculo comunitario, amor [a Dios] y caridad para con los hombres. Con ello tenemos los rasgos primordiales de estas asociaciones, que se plasmaron en sus textos legislativos particulares: el culto divino y la caridad”.
Por su parte, “las cofradías penitenciales han sido las de mayor pervivencia a lo largo del tiempo y conmemoran la Pasión y Muerte de Jesucristo”. Asimismo, “para dar respuesta a exigencias espirituales más fuertes surgen las congregaciones, cuyos miembros, que se caracterizaban por una mayor formación y nivel de compromiso cristiano más intenso, practicaban la oración mental, la meditación, los ejercicios espirituales”.
Advirtió que “cualquier tipificación de las cofradías, a lo largo de su dilatada historia, debería partir de una triple base, que señalaba Benedicto XVI en su primera encíclica, Deus caritas est: La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra”.
Así, “siendo expresión de la Iglesia como familia de Dios en el mundo, las hermandades y cofradías se autoconcebían, en cierto modo, desde esa triple apoyatura, aunque es cierto que, en la época en que analizamos, no se producía proporcionalmente esa implicación e interdependencia de las tres vertientes de la vida cristiana y había una preponderancia notable del aspecto cultual y del caritativo frente a la evangelización, ya que en una sociedad homogéneamente cristiana, la enseñanza de la doctrina cristiana casi se daba por supuesta, sin que, fuera de los cauces habituales de la predicación y la catequesis, hubiese una necesidad acuciante de arbitrar otros medios específicos de evangelización”.
Tiempos de esplendor y crecimiento
Destacó que la edad moderna pivota sobre dos realidades históricas que tuvieron -y tienen aún- gran repercusión en la vida de la Iglesia. “Por un lado, el nacimiento del espíritu laico y su emancipación con respecto al poder espiritual, al que, cuando se configure el Estado absoluto, terminará controlando”. Y, en segundo lugar, “el estallido de la Reforma protestante, con la ruptura religiosa de Europa y la confesionalización de las diferentes naciones del Viejo Continente. Ambas realidades históricas también influyeron, como no podía ser de otro modo, en la vida de las cofradías y hermandades”.
Añadió que en este período de esplendor experimentaron también un auge inusitado las cofradías sacramentales, las del Rosario, y finalmente las de Ánimas, “en gran parte también como respuesta al cuestionamiento protestante a la presencia real de Cristo en la Eucaristía y la legitimidad de su adoración en las especies eucarísticas, el lugar de la Virgen María en la vida de los fieles como intercesora, y la validez de la oración por los difuntos, especialmente con la celebración de misas por los fallecidos. En este período, las tres cofradías se convirtieron en obligatorias en la mayor parte de las parroquias”.
Fraternitas suspecta. La sombra de la sospecha sobre las cofradías
Tras el esplendor, “la sospecha y la desconfianza, la crítica, el control obsesivo y los intentos incluso de supresión de las cofradías y hermandades”. El deán de la Catedral de Jaén resaltó que, si el período anterior fue de plenitud, “por no decir de saturación, en cuanto a la vivencia religiosa se refiere, con el s. XVIII se inicia un período en que todavía nos encontramos. Ahora se impone una separación. Se dice que lo religioso es algo de la conciencia, algo privado e interior, y que, por lo tanto, cualquier manifestación exterior no está de acuerdo con la razón”.
Lamentó que “el racionalismo imperante intenta encauzar todas las manifestaciones a-rracionales de la religión. Todo debe ser mesurado, medido, de acuerdo con el recto entendimiento. De ahí que en este Siglo de las Luces (y en parte, también en el siguiente), se combata extremadamente lo que consideraban los ilustrados como excesos del barroquismo”.
El resurgir de la piedad popular y las cofradías y hermandades
Para terminar su conferencia, Francisco Rojas acentuó que “con la celebración y, sobre todo, con la aplicación o recepción del concilio Vaticano II se inicia, una etapa disyuntiva entre religiosidad popular y fe cristiana”. En este sentido, “el valor de la piedad popular para la evangelización y la articulación de la vida cristiana, y dentro de ella el indudable protagonismo de las cofradías y hermandades, ha cuestionado afortunadamente esas sombras de sospecha y el cuestionamiento a que este modo de vivir la fe y estos colectivos eclesiales fueron sometidos desde mediados del s. XVIII hasta tiempos no muy lejanos”.
A ello hay que añadir, “limitándonos ya al ámbito andaluz, las aportaciones del magisterio de los obispos del Sur, los primeros en nuestro país en volver a colocar la piedad popular, y las cofradías y hermandades como objeto de atención pastoral, valorando muy positivamente la fuerza evangelizadora que la piedad popular, las cofradías y hermandades tienen, y que, como repite el actual Pontífice, son un magnífico y eficaz antídoto contra el secularismo esterilizante en que vivimos”.
Concluyó su intervención citando el último documento de los obispos del Sur, que lleva por título María, Estrella de la evangelización. La fuerza evangelizadora de la piedad popular, carta pastoral al cumplirse los 30 años del viaje de San Juan Pablo II a Sevilla y Huelva, con fecha 14 de junio de 2023.
“En este documento, los obispos del Sur recuerdan que las cofradías y hermandades deben ser escuelas de vida cristiana -donde se celebre la fe-, refugios de misericordia -actualizando el carisma caritativo que siempre las distinguió a lo largo de la historia-, y portadoras de esperanza -de la esperanza del evangelio de la vida, la única esperanza capaz de llenar de alegría el corazón humano”.
Finalmente, “el deseo que expreso, como broche que cierra mi ponencia, es que este II Congreso Internacional de Piedad Popular y Hermandades, y el ya cercano Jubileo de la Esperanza sean para nuestras cofradías, por decirlo con palabras del papa Francisco, un renovado impulso para que, como toda la Iglesia, las hermandades se dejen animar por el Espíritu Santo y caminen abiertas a los signos de los tiempos y a las sorpresas de Dios, y construyan así, nuevas y bellas páginas de la memoria fraternitatis con ‘evangelicidad’, es decir, caminando tras las huellas de Cristo; ‘eclesialidad’, entendida como caminar juntos; y ‘misionariedad’, o sea, caminar anunciando el Evangelio”.
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